La ofensiva de los Nacionales sobre Valencia entre el 5 y el 23 de julio de 1938 dio origen a una batalla de desgaste muy intensa. La noche del veinticinco de julio, una gran masa de soldados del ejército popular, por encima de 80.000 hombres, encuadradas por jefes y oficiales comunistas capaces de imponer disciplina, dotada del nuevo y abundante material de guerra, y apoyada por más de 70 baterías y numerosos aviones ruso, cruzó el Ebro en el recodo de Gandesa e inició una penetración hacia el sur.
La estrategia de Vicente Rojo no era otra que la de embolsar a las fuerzas Nacionales que operaban en el Maestrazgo y el Mediterráneo. Una excelente maniobra que no pudo completarse aún a pesar del empeño y el ímpetu con el que el ejército popular afrontó la ofensiva. Las tropas de Franco no consiguieron frenar el ataque hasta el 2 de agosto.
De este modo comenzó la última y la más terrible de las batallas de la Guerra Civil. Las noticias transmitidas desde el frente causaron gran impacto en la opinión de la España Nacional. El enemigo recibía importantes cantidades de suministros, como si se preparase para ulteriores operaciones. Circulaban, por aquel entonces, consignas de "Reconquista", en la vanguardia republicana.
Franco mantuvo serenidad, seguramente ayudado por su experiencia militar, catalogando la batalla en sus verdaderas dimensiones. Una maniobra precedente de lo que sería la batalla de Stalingrado, con resultados muy distintos.
Desde el 2 de agosto, sin haber podido apoderarse de Gandesa, y contando ya con bajas muy elevadas, los republicanos comenzaron a escavar trincheras. Yagüe, incorporado a este frente, tendría en el Ebro la más destacada de sus intervenciones.
Los combates del Ebro alcanzaron niveles de gran dureza, pero las pérdidas no fueron tan elevadas como se ha llegado a decir. (Según Ramón Salas hubo 4000 muertos, 38000 heridos y 15000 bajas, menos que en Teruel, el Maestrazgo o Brunete)
Aún así, los alemanes seguían dudando de la capacidad del Generalísimo de ganar la guerra.
En los primeros días de noviembre de 1938, la cabeza de puente sobre la orilla derecha del Ebro quedó partida en dos, y el Ejército popular, destruido y sin esperanzas, comenzó la retirada. Nada puede demostrar mejor el grado de depresión que tenía el mando republicano que el inútil bombardeo de Cabra, en el mes de noviembre, una acción de represalia que causó 86 muertos y 116 heridos, balance similar al de Guernica.
Hacia el 16 de noviembre, los últimos soldados remaban hacia la otra orilla del río con gran decepción. La guerra tenía un vencedor, muchos republicanos lo sabían. Por aquel entonces, desde Salamanca y Burgos se sacaron unas listas de rojos que debían ser castigados, una maniobra indirecta que aceleraría la desintegración del bando republicano. Nos basamos en la noticia oficial, hecha en septiembre donde de los 210.000 prisioneros estaban en libertad 135.000.
Fuente: Franco, de Luis Suárez.
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