El atentado que costó la vida, hace treinta años, al que fue presidente del Gobierno, Luis Carrero Blanco, ¿fue obra exclusiva de ETA o contó con una cierta complicidad, al menos pasiva, de sectores del propio régimen, como se llegó a aventurar en investigaciones periodísticas? ¿Fue un complot, una conspiración, una conjura en toda la regla? Luis Carrero-Blanco Pichot, de 73 años, hijo primogénito del almirante, no quiere entrar en esas suposiciones. Le bastan los hechos, la frustración de que «el sumario no se acabó», de que «no hubo interés en llegar al fondo de la investigación» y el trago amargo de ver en televisión «a un hombre que contaba cómo le asesinaron a mi padre». Luis Carrero-Blanco Pichot participa del asombro que produjo en aquellas fechas que, a la muerte del considerado «delfín» de Franco, le sucediera en la Presidencia del Ejecutivo el máximo responsable en aquel momento de la seguridad del Estado, Carlos Arias Navarro. Lo usual en otros países, y en esas circunstancias, es dimitir, pero, paradójicamente, se le nombró presidente.
- ¿Le sorprendió también a usted el nombramiento?
- Bueno, es una persona que ha fallecido y no me gusta hablar de los que no se pueden defender. Pero sí, me llamó la atención sobre todo que él aceptara el cargo y que ocupara el sillón todavía caliente de mi padre. Yo jamás lo hubiera aceptado. Franco se encontraba ya bajo de forma y creo que le pusieron en bandeja el nombramiento de Arias.
- ¿Fue su padre un hombre confiado, como lo demuestra el hecho de que todos los días hiciera el mismo recorrido a la misma hora?
- Hubo algunos fallos de seguridad, eso es cierto, pero eran tiempos distintos. Entonces oías un ruido estruendoso y pensabas: «¿Qué portazo más fuerte!». Ahora oyes el mismo ruido y preguntas: «¿Dónde han puesto la bomba?». Además, no era su misión el modo y manera de protegerse. Mis hijos y los hijos de mis hermanos tienen ahora la misma edad que teníamos nosotros entonces. El terrorismo continúa. Pero no sería honrado por mi parte que no reconociera que en los últimos años la lucha contra el terrorismo se ha tomado más en serio. Hubo un tiempo en que no fue así.
- ¿Cómo vivió usted la noticia?
- Yo era instructor en el centro de Guerra Antisubmarino de San Fernando (Cádiz). Me mandó un recado urgente mi mujer en el que me pedía que fuera inmediatamente a casa, que mi padre acababa de sufrir un accidente. Me fui rápidamente a casa y allí, poco a poco, mi mujer me fue preparando. Yo le preguntaba cómo se había producido el accidente, qué había pasado, hasta que, al fin, me dijo que se trataba de un atentado y que mi padre se encontraba muy mal. Ella ya sabía que había muerto pero fue dosificando la información hasta que me contó todo lo que sabía.
- ¿Cuál es su recuerdo más vivo e imborrable de aquel 20 de diciembre?
- La llegada al hospital. Estaban allí mi madre y mis dos hermanas. Fue un momento muy duro. Y también, la larga noche en Presidencia, donde se instaló la capilla ardiente. Y, al día siguiente, el cortejo fúnebre por la Castellana y el entierro en el cementerio de El Pardo.
- Todos los sucesos dolorosos tienen algún episodio que a veces los dulcifica. ¿Hubo alguno en este caso?
- Sí, que mi hermana Angelines se salvó de milagro. Iba todos los días a la iglesia de los jesuitas de la calle Serrano a oír misa junto a mi padre. Después, se volvía con él en el coche oficial y desayunaban juntos. Aquella mañana, antes de que mi padre saliera de casa, llamó para decir que no la esperaran, que su hijo, de meses, había estado inquieto toda la noche y ella estaba muerta de sueño.
- ¿Reitera su perdón a los asesinos de su padre?
- Sí, les perdono aunque nadie me ha pedido perdón en estos 30 años. Yo jamás brindaré con champán por la muerte de ninguno de ellos.
- ¿Cómo era su padre para usted?
- Un hombre coherente, un hombre tranquilo que daba paz y confianza. Siempre se le veía optimista, también en los momentos difíciles.
- ¿Conserva alguna carta suya?
- Sí, una muy extensa que me escribió con motivo del final de mis estudios en la Escuela Naval Militar. Es una carta que la releo constantemente. Como salí de casa a los dieciocho años, no hubo muchas oportunidades de hablar. Y se me quedaron muchas cosas sin comentarlas con él, cosas que le oí decir y que luego las he oído de distinta forma.
- En la hipótesis de que su padre hubiera sobrevivido a Franco, ¿la muerte del general no habría entorpecido los planes del Rey?
- No lo creo, porque en ese supuesto, mi padre, como es preceptivo, habría presentado la dimisión. Si el Rey la aceptaba, se hubiera vuelto a casa encantado de la vida. La política no era un ideal para él. Contaba los días que le faltaban para terminar su mandato.
- ¿Tuvo el Rey con ustedes algún detalle afectuoso?
- Como sabe, el Rey presidió el duelo. A los dos o tres días del atentado, nos llamaron del Palacio de la Zarzuela. Los Reyes nos invitaron a comer y tuvimos una larga sobremesa. Don Juan Carlos le regaló a mi madre la pluma con la que había firmado la aceptación del trono. Nos pareció un regalo muy personal, cargado de simbolismo, aunque es cierto que mi padre se preocupó mucho por la formación del entonces Príncipe de España. Recuerdo que el Rey me comentó en aquella sobremesa: «Luis, cómo no voy a estar con vosotros en estos momentos si yo estoy en España gracias a tu padre».
Fuente: Generalísimo Franco.
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