Salvador Minguijón, recupera la obra de Severino Aznar, resumiendo, asimismo, las bases y la visión del régimen corporativo en esta fase. Esbozado por primera vez como régimen hacia 1916, éste era la “gran solución nacional” ante los “múltiples hechos” que revelaban una “organización profesional viviente”.
El “espíritu de las profesiones liberales hacia la colegiación” suministraba a la política el medio para la cooperación económica y la armonía social; se daría mediante la “obligación de empadronamiento” de cada ciudadano en su profesión correspondiente. Así surgiría la Corporación como “órgano al servicio de la comunidad” frente a la huelga y a la lucha de clases, como la representación de la “función social” del trabajo y la propiedad. De la corporación surgía una doctrina que fundamentaba un régimen corporativo que tutelaba al individuo, establecía un reglamento con la aprobación del Estado, y poseía unas competencias exclusivas; además ponía de relieve los intereses comunes a patronos y obreros, llevando la representación corporativas a Cortes. Esta fórmula impedía la lucha de clases mediante una ley basada en el “espíritu de cristiana fraternidad y la organización armónica”; para ello situaba al sindicato vertical (y pretendidamente mixto), como célula del régimen, junto a la familia y el municipio.
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