lunes, 11 de octubre de 2010

Los serenos.

El día 28 de noviembre del año 1844 se creó oficialmente en toda España el Cuerpo de Vigilantes Nocturnos. Los miembros que lo integraban pasaron enseguida a ser conocidos popularmente como «serenos» porque durante la noche gritaban desde la calle, para informar al ciudadano que estaba descansando en casa, de la hora que era y del estado meteorológico y, como es natural, en la mayor parte del territorio español casi siempre estaba el tiempo sereno.

Al principio tenían orden de vocear todas las horas, pero como los ciudadanos se quejaron, terminaron cantando las horas más necesarias, o sea: las cinco, las seis y las siete de la mañana. Así, si el que se tenía que levantarse era un labrador o un huertano, si anunciaban la hora diciendo: «...y chispeando, granizando, nevando o lloviendo a mares», como no podía trabajar la tierra, no se levantaba y seguía acostado; pero si por el contrario era alguien que trabajaba bajo techado, estaba prevenido para salir equipado.

El Cuerpo de Vigilantes Nocturnos fue creado en España por don Joaquín Manuel Fos, y lo fundó siguiendo el ejemplo de la ciudad de Valencia que diez años antes, en el año 1834, había creado un organismo de idénticas características policiales.

Este singular cuerpo estaba dotado de cuadrillas. Y según fuesen de grandes los barrios de la ciudad, eran vigilados por dos, tres o las cuadrillas que hicieran falta para tener el barrio bien atendido. Cada barrio estaba bajo el mando de un cabo que era el responsable del buen funcionamiento de las cuadrillas que lo vigilaban y de la seguridad del mismo, y todos ellos dependían del Ayuntamiento de su ciudad. Al principio, cada sereno fue dotado para su defensa personal de un chuzo, y para alumbrarse a sí mismo y alumbrar a los vecinos, de una lámpara que llevaban en la mano. Años más tarde, el chuzo fue sustituido por una porra de goma que llevaban enganchada al cinto, y el farol, al ser instalada la luz eléctrica en las calles de la ciudad, fue cancelado para que tuvieran las manos libres.

Los serenos fueron, mientras duraron, apreciados, diligentes, serviciales y valientes. Quedaba uno perplejo cuando averiguaba que muchos de ellos, solos y sin ayuda de nadie, sin más armas que una porra y un silbato, habían detenido a uno, dos y hasta tres ladrones juntos que habían sido sorprendidos por ellos con las manos en la masa.

Nuestros serenos estaban distribuidos por distritos, y su misión principal era vigilar y patrullar con desvelo todos y cada uno de los rincones de la zona que tenían asignada evitando que nadie gritara, armara escándalo, hablara alto o mearan en las calles, esquinas o puertas; previniendo, con su presencia, robos y otros muchos delitos; ayudando a los vecinos que caían enfermos o en cualquier otra desgracia llamando al médico o yendo a la farmacia de guardia...

En una palabra, eran los ángeles que velaban nuestro descanso evitando que nadie lo turbara, los amigos que nos despertaban a la hora convenida, los protectores de nuestra hacienda, los servidores que nos abrían las puertas si nos habíamos olvidado las llaves y acudían presurosos cuando hacíamos sonar las palmas, que era la forma más común de llamarlos...

Recién fundado el cuerpo de serenos, sus miembros no tuvieron instrumentos que sirvieran para comunicarse entre sí en caso de peligro, y para ello tuvieron que ingeniar en cada región un modo distinto de hacerlo. En Murcia, por ejemplo, idearon un código hablado diferente al oficial para que al gritarlo, otros acudiesen al lugar. En caso de encontrarse ante una emergencia que ellos solos no podían resolver, cantaban una hora que no estaba establecida en las ordenanzas y en vez de decir «...y sereno», si el tiempo estaba despejado, decían «...y pronto estará sereno», frase que no estaba recogida en sus ordenanzas y que quería decir: «...y necesito prontamente ayuda». Años después, todos los serenos de España fueron dotados de unos silbatos que sólo hacían sonar en caso de peligro inminente, de accidente o de emergencia.

No podríamos terminar este artículo sin decir que los sueldos que cobraban estos auxiliares de la Ley eran tan reducidos que si no hubiera sido por las propinas que los vecinos les daban cuando se les abría la puerta o recibían algún otro servicio de ellos, hubieran muerto de hambre.

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