sábado, 26 de septiembre de 2009

Vicente Marrero

Vicente Marrero [1922-2000], ideólogo y activista de filiación tradicionalista vinculado Opus Dei, recuperó las tesis neotradicionalistas de Maeztu. Junto a sus preocupaciones por la sensibilidad espiritual en el arte, la literatura y la teoría estética, Marrero destacó como doctrinario en El poder entrañable (1952), La guerra española y el trust de cerebros (1961), La consolidación política, teoría de una posibilidad española (1964) o España ¿en el banquillo? (1973).

Pero no sólo en estos textos profundizó en la “monarquía social y representativa”; también lo hizo desde revista mensual Punta Europa [1956-1967], publicada en Madrid durante 128 números, promovida por Lucas María de Oriol y Urquijo y dirigida por Marrero. La línea editorial fue clara al respecto: defensa de la instauración de una Monarquía social representativa, legitimadora de la dimensión monárquica del régimen franquista, y articulada en torno al concepto y sistema de la Democracia orgánica.

Siguiendo el tradicionalismo francés de Thiers y el español de J. Vázquez de Mella, defendía el carácter social, alternativo al marxista, del proyecto corporativo tradicionalista, considerando a la Monarquía como un instrumento importante dentro de la división orgánica de la sociedad. Pese a las críticas al autoritarismo político planteadas desde ciertos foros intelectuales europeos, Marrero insistía en el carácter representativo de la instauración, mostrando la plena “identificación con el sentido social de nuestro tiempo”. En esta Monarquía española, tradicional (de base), social (de alcance), y representativa (desde un concepto de representación fundamentalmente orgánico), el pluralismo se ordenaba orgánica y jerárquicamente.

Su participación y representación se identificaba con un sistema jurídico-político donde la soberanía popular se limitaba a una representación corporativa, que eliminaba toda referencia pasada o posible al “totalitarismo” y se presentaba como alternativa al sistema parlamentario inorgánico: “ejercicio de minorías mandatarias, por el más radical sometimiento y esclavitud a lo que se llamaba disciplina de los partidos”. En las páginas de Punta Europa plasmó la esencia de su régimen corporativo: “el derecho de los pueblos a estar correctamente representados ante el poder político, aunque esa representación política no tenga necesariamente que estar elegida mediante el sufragio universal e inorgánico”.

Varios editoriales de Punta Europa insistían sobre este hecho político-social fundamental: “la participación del pueblo no constituye la autoridad, pero es indispensable como factor asistente de la misma". El poder político no se origina por decisión popular, sino que tiene por sí mismo entidad propia y necesaria. No se puede mandar, si no existe en el ánimo de los hombres un fondo de adhesión espiritual, una manifestación de opinión.

El poder será popular, por lo tanto, no en el sentido de que sea el pueblo quien se sienta originario y creador del poder, sino cuando, una actitud superior, rodeada de la adhesión de la mayoría. Por ello señalaba que “desaparezca el espejismo de un viejo parlamentarismo, que es a todas luces repudiable, así como el de unas cortes inoperantes, y se dé, poco a poco, entrada al lado de unos procuradores de intereses sujetos al principio de gestión, una parte de representantes cuya representación sea electiva, y por circunscripciones en un sentido tan amplio como bien discriminado”.

Así era el régimen planteado por Marrero, que aspiraba a “estructurar definitivamente al país creando las instituciones propias de un reino que garantice la continuidad y la vigencia ineludible del espíritu condensado en aquella fecha”, ante los retos internacionales iniciados y el inevitable proceso de apertura comercial, modernización y desarrollo económico planificado.

Frente a una República que en España “viene a ser como un catalizador del desorden, el sectarismo, la subversión de valores morales, la proliferación de focos demagógicos y anárquicos, la chabacanería”, Marrero proclamaba su fé monárquica; se debía instaurar una Monarquía que “patentiza un auténtico foco de polarización ante cuya sola presencia se posibilita el respeto, sin el cual no hay convivencia, ni disciplina social, ni eficacia en los proyectos colectivos”. Éste sería el “poder entrañable” de Marrero, en España y para Occidente.

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